jueves, 7 de febrero de 2008

Boleros que no bailan.


Mi papí los coleccionaba. Ya casi lo había olvidado. Los descubrieron mis sobrinas todos revueltos en una bolsa dentro de un baúl. Son 104 y juntos forman un curioso mapa de los ires y venires de la familia y amigos del señor Montoya. Mi hermano mayor reconoció uno que había traído desde Vietnam y yo recordaba claramente al zapatero que jugaba con otro frente a su pequeño local en Cuzco. Marcela, la menor de mis hermanas, tomo uno rojo de plástico con una curiosa forma triangular y bolita amarilla para explicarle a las niñas que ese era uno de los juguetes de las “cajitas felices” cuando ella era pequeña, hace 10 y tantos años.
Cada uno de esos boleros me recordó lo bailado y lo comido.

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