miércoles, 11 de marzo de 2009

Los que creemos que sabemos cocinar.

Créditos de la foto aquí.


Dicen en mi casa que dentro del clan hay dos tipos de cocineros: los que saben cocinar y los que creen que saben cocinar. Para mi gran sorpresa resulta que, con bastante ligereza, el santo oficio domestico me colocó en la segunda categoría. He de confesar que en un principio el juicio me saco de combate, hasta que a fuerza de darle vueltas al caldero finalmente entendí a que se debía la confusión.
Yo crecí entre cocineros magníficos: mis abuelas, mi papá, mis tías, Jeni y por supuesto Estanis. Pero también he tenido la suerte de tener comensales nobles, porque hay que ser realmente noble para probar los “experimentos” de los aprendices y hacer las observaciones del caso sin herir susceptibilidades ni emplastar la espontaneidad o la personalidad de nuestras cucharas.
“No se vallan a traumar las chiquitas” decía mi abuelo y la verdad es que a fuerza de probar y reprobar aprendimos que al buen cocinero no lo hacen los platillos más complicados sino su capacidad de despertar la imaginación, la curiosidad o las pasiones de sus comensales. Para muestra, unos cuantos botones: El ají de gallina de Marcela, llenito de nostalgias peruanas; las papas fritas de Alonso que son la excusa perfecta para probar sus recetas “especiales” de vinagretas; el pan tostado con queso, tomate, orégano y oliva que fue el desayuno preferido y casi exclusivo de Aara durante mucho tiempo; los aguacates, los mangos y las piñas de Michel, puros y simples pero comidos con tanto placer; el cheese cake de blue berries de Silvia que no hace desde hace como 20 años pero que igual sigo añorando; las galletas de navidad de Fabi que desaparecen es dos segundos; los huevos fritos de mi mamá… mientas no tenga que hacerlos yo jejeje… saben a gloría y por supuesto los macarrones de Tita, que aunque nunca llegaron a categoría de spaghetti, como los de mi papá, siempre fueron los preferidos de los nietos.
El caso es que aunque me hayan catalogado entre los que “creemos que sabemos cocinar” estoy segura de que a fuerza de tanto “experimento” y tozudez autodidáctica tarde o temprano terminaran por reconocer que algunos de mis aciertos y sobretodo la curiosidad por probar sabores distintos y rescatar las recetas de la familia, les han alegrado el paladar más veces de las que están dispuestos a reconocer.






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