domingo, 24 de abril de 2011

Tertuliando

Alf:
- Pues yo prefiero a Ken Follett...
Bukowski:
- ...vaya...

Qué de qué hablamos: ¿no se? de cosas triviales, de todos los días, de comida, del trabajo, el estadio nacional, de nuestros amigos, de nuestras familias, de nuestras relaciones, de sexo, de viajes, de las cosas que hemos hecho, de las que queremos hacer, de las que dejamos de hacer.  El tema suele ser lo de menos y sin embargo yo no me había dado cuanta hasta que uno de los tertulianos me lo señaló.
Y tiene razón: el secreto de nuestros epicúreos encuentros es que solemos entregarnos a ellos vírgenes.  Si, vírgenes de ideas preconcebidas pero sobretodo vírgenes de agendas y minutas preconcebidas.  Eso no quiere decir que no recurramos a nuestros respectivos y muy cansónes monotemas, esos nunca faltan, pero generalmente alguien se encarga de lanzar alguna pregunta o esboza una opinión que hace que el eje de la conversación se mueva unos cuantos grados e invariablemente el monotema en cuestión empieza a gravitar de forma caprichosa y al son de ritmos, hasta ese momento, inéditos.
El tertuliano observador lo notó mucho antes que yo. Notó que cuando logramos sacudirnos la respuesta aprendida y nos dejamos llevar por nuestro propio sentido particular de la vida no hay conversación aburrida ni tertuliana que no salive en anticipación la autenticidad de manjar recién servido.